A lo largo de mi carrera profesional me he planteado en diversas ocasiones esta pregunta, y es porque considero que las personas tenemos diferentes apreciaciones sobre el cambio.
En ocasiones sentimos mucho miedo ante la expectativa de un cambio; en otros casos nos enciende la adrenalina por la emoción, lo que sí que es definitivo es que en ningún caso somos indiferentes ante la posibilidad de cambiar.
A fin de cuentas, es natural y comprensible porque el sentirse seguro es algo muy humano, saberse competente en algo que siempre has hecho de determinada manera es satisfactorio, incluso la certidumbre de la normalidad del día a día nos proporciona una tranquilidad que no viene mal…. Si es que queremos que todo siga igual.
Pero ¿quién querría que todo siguiera igual?
En el mundo de hoy no existe tal cosa como permanecer en el mismo punto, permanecer iguales, en un mundo tan cambiante que se mueve a un ritmo abrumador estar inmóvil es ir hacia atrás, estancarse.
Y voy más allá, el cambio ES inevitable y si no lo enfrentamos llegará el momento de ruptura, o de crisis que nos obligue a cambiar.
Ante esto podría caracterizar el cambio de la siguiente manera:
- El cambio es una decisión personal, por lo tanto, implica responsabilidad individual.
2. Exige aprender nuevas habilidades y /o desaprender o deshacernos de viejos y arraigados hábitos.
3. ¡Fe! Cuando emprendemos un proceso de cambio necesitamos desarrollar una confianza suprema en nosotros y en el proceso mismo. 4.- Pasar a la acción. El cambio se materializa solo cuando hacemos cosas para que eso suceda, se generarán cosas nuevas si nos ponemos en ello. Habitualmente, como parte de mi labor, trabajo con profesionales que logran implementar cambios paulatinamente, integrando esos cambios de comportamiento a su día a día mediante el uso de herramientas en sesiones de trabajo estructuradas.
¡El cambio es posible!